Ruta del Gran Rif, toda una aventura del Club Scorpio
El viaje organizado el pasado puente por el Club Scorpio no se encaminó hacia el desierto, como es lo habitual. En esta ocasión, los más de 45 vehículos participantes pusieron rumbo a Ketama en la denominada ‘Ruta del Gran Rif’.
La lluvia y la niebla volvieron a ser compañeras de viaje, aunque no en la misma forma que el pasado mes de octubre –inundaciones y más de 22 horas al volante–. Este hecho ocasionó que parte del programa establecido por la organización no se pudiera llevar a cabo. La cita, como siempre, se inició en la frontera de Beni Enzar, a primera hora de la mañana, para emprender viaje, en dos grupos, en dirección a Sammar. Durante el trayecto hacia nuestro destino, el hotel Tidghine, en el corazón de la cadena montañosa del Rif y a una altitud de unos 1.500 metros, no se produjeron a penas incidentes –salvo un coche que por avería grave hubo que dejar custiado en Cala Iriss, aunque sus ocupantes, acoplados en otros vehículos, si realizaron el viaje– y en todo momento estuvimos apoyados por las autoridades marroquíes, sobre todo en aquellos cruces de cierta dificultad, donde siempre dieron prioridad al convoy del Club. A lo largo de esta ruta, los amantes del paisaje, de la fotografía y de la historia, disfrutaron de un marco incomparable, ya que se atravesaron zonas de pueblos pesqueros –Afrau– o bonitas calas o lugares históricos como Annual, Izzumar, Cuatro Torres o Cala Iriss. El último tramo de este viaje de ida fue una subida hacia Issaguen (Ketama), de unos 37 kilómetros de ascensión, con una carretera serpenteante, en medio del gran bosque de cedros que embellece toda la zona. Lástima que el clima quisiera ser protagonista y debido a una densa niebla, muchas de las imágenes quedaran deslucidas. Ketama nos recibió con la celebración de un inmenso zoco de frutas, ropa, cacharrería, alimentos y todo tipo de productos, incluido ese que ha hecho famoso a la localidad y que se ofrece por doquier. Respecto a este último asunto y sobre la leyenda de que los visitantes son molestados, obligados o incluso ‘atracados’ para adquirir el producto, nada más lejos de la realidad. Basta con decir un “no me interesa” para que el vendedor deponga su ofrecimiento, aunque bien es cierto, que esta frase se pronuncia en muchas ocasiones, porque son muchos quienes quieren vender.
Un hotel singular
El hotel Tidghine no es para nada el establecimiento que habitualmente ofrece el Club Scorpio en sus rutas. Está equipado con habitaciones y bungalós, un restaurante con suficiente capacidad para albergar a los 150 viajeros, una haima, piscinas y pistas de tenis. La voluntad de los dueños, seguramente, fue hacernos una estancia lo más confortable posible; aunque en algunos momentos se notó la inexperiencia de atender a un grupo tan grande. En muchas habitaciones no llegaba la calefacción central y en los bungalos fue necesario el uso de calentadores de aceite y estufas de gas para caldear la estancia. Y respecto a la comida: buena, pero escasa, sin mencionar el incidente de la última noche, donde se nos ofreció un menú que ninguno de los comensales llegó a comer. El enclave del hotel tiene muchas posibilidades, pues se encuentra en mitad del bosque de cedros, aunque la suciedad y ese manto continuo de desperdicios a base de plásticos, bolsas y todo tipo de objetos, dejaba mucho que desear. El pueblo en sí –cuatro calles sin asfaltar–, parece el centro de un bombardeo, por sus casas derruidas, coches quemados y todo tipo de basuras. Realmente una pena y una desilusión para aquellos que guiados por la fama de Ketama piensen en encontrar algún encanto. Sin embargo, los viajeros del Club Scorpio tienen un afán de aventura y espiritu alegre que les hace poner buena cara ante las adversidades, tales como que algunas de las rutas previstas tuvieron que ser suspendidas debido a la climatología y a su estado impracticable.
Chefchaouen
La recompensa llegó en Chefchaouen, sobre todo para aquellos que viajaban por primera vez a esta ciudad. El viaje desde Ketama a esta localidad está lleno de encanto y vistas realmente sorprendentes. Con alrededor de 39.000 habitantes, está construida en pendiente y entre dos montañas. Su población estuvo compuesta, originariamente, por los desterrados de Al-Andalus, por lo que tanto musulmanes como sefardíes se asentaron en ella. Sin duda, este hecho es el motivo de que, sobre todo su parte antigua, recuerde a los pueblos blancos de Andalucía, principalmente por la estructura de sus calles –en pendiente y escalonadas–, y a que sus fachadas, de cal, tienen un tinte azulado característico de Marruecos. Asímismo, al ser considerada ‘ciudad santa’, son innumerables las mezquitas que posee, más de 20, así como santuarios, principalmente el de su fundador, el Jerife Sidi Ali Ven Rachid. La Medina es uno de sus principales encantos, al igual que el Zoco, que ofrece al viajero todo tipo de productos típicos, en un ambiente de colorido sorprendente. Sus tiendas de antigüedades, plata o madera invitan a no parar de comprar. Aunque sin duda, el hecho que más agrada es la afabilidad de sus habitantes, totalmente concienciados de vivir en una ciudad turística, siempre dispuestos a ofrecer una sonrisa y sin poner reparos a la hora de posar para una imagen típica. Como si de una ciudad europea se tratara, tiene restaurantes para todos los gustos; desde las típicas pizzerías, hasta platos españoles, sin olvidar, por supuesto, las comidas autóctonas –Cuscus, kefta, tallín o los dulces–. Fue una estancia corta –porque la ciudad tiene mucho que ver–, pero llena de atractivo, a pesar de la lluvia constante que nos acompañó durante todo la jornada.
Regreso a casa
El último día en Ketama, la climatología impidió realizar cualquier actividad exterior, debido a las continuas lluvias y al mal estado de las carreteras y pistas. Permanecimos la mayor parte del tiempo en el hotel, donde la dirección nos invitó a comer un asado de cordeno, aderezado con música y bailes típicos. Por la noche, la organización del club organizó una gran velada para todos los aventureros. El viaje de regreso a Melilla nos llevó en esta ocasión por la costa, primero hacia Alhucemas, para seguir por una magnífica carretera camino de Nador, en la que no tuvimos ningún problema y el buen ambiente entre los viajeros era la tónica predominante. Ya en las cercanías de la frontera española, saludos de todos, disculpas por los inconvenientes ajenos a la voluntad del Club y agradecimientos mutuos entre la organización y los viajeros, emplazándonos todos para una próxima ruta, en un ambiente tan agradable como éste. Una ruta de aventuras El nuevo viaje del Club Scorpio a Marruecos volvió a convertirse en una auténtica aventura; al menos, en lo que respecta a alguna de las definiciones que da el Diccionario de la Real Academia Española (RAE). Así, cuando la define como una ‘contingencia’, sólo hay que recordar la avería que sufrió uno de los vehículos el poco tiempo de iniciarse la partida, lo que le supuso tener que volverse a Melilla remolcado. Otro de los aventureros padeció otro problema técnico, pero en esta ocasión. gracias al buen hacer de Maxi, y a unos remedios tipo McGiber, el coche pudo seguir en carretera. Otra de las definiciones que ofrece la RAE, la de ‘empresa de resultado incierto’, viene al pelo por cuanto una densa niebla cercana al punto de llegada puso las cosas difíciles a muchos conductores. Y por último, lo de ‘relación amorosa ocasional’, porque después de la desilusión que más de uno se llevó con la renombrada Ketama, todos se enamoraron de Chefchaouen.
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